Jueves 9 de julio de 1942
Querida Kitty:
Nos pusimos en camino bajo una lluvia tupida, papá y mamá
llevando cada cual una bolsa de provisiones llena de toda clase de
cosas colocadas de cualquier modo, y yo con mi bolsón repleto a
reventar.
Las personas que se dirigían a su trabajo nos miraban
compasivamente, sus rostros expresaban el pesar de no poder
ofrecernos un medio de transporte cualquiera; nuestra estrella
amarilla era lo bastante elocuente.
Durante el trayecto, papá y mamá me revelaron en detalle la
historia de nuestro escondite. Desde hacía varios meses, habían
hecho transportar, pieza por pieza, una parte de nuestros muebles,
lo mismo que ropa de casa y parte de nuestra indumentaria; la
fecha prevista de nuestra desaparición voluntaria había sido fijada
para el 16 de julio. A raíz de la citación, hubo que adelantar diez
días nuestra partida, de manera que íbamos a contentarnos con
una instalación más bien rudimentaria. El escondite estaba en el
inmueble de las oficinas de papá. Es un poco difícil comprender
cuando no se conocen las circunstancias; por eso, tengo que dar
explicaciones. El personal de papá no era numeroso: los señores
Kraler y Koophuis, luego Miep, y, por último, Elli Vossen, la
taquidactilógrafa de veintitrés años, todos los cuales estaban al
corriente de nuestra llegada. El señor Vossen, padre de Elli, y los
dos muchachos que le secundaban en el depósito no habían sido
puestos al corriente de nuestro secreto.
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