martes, 19 de marzo de 2019

El sabor a Arce


Por Aarón Quijada (1º Bachillerato H)

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Érase una vez un hombre perdido de la cabeza a los pies, un peregrino
 en busca de algo que nunca jamás había llegado a ver, ni tampoco reconocer.
 A pesar de los pesares que tal infortunio traía a su misión, el pequeño chico
 que se sentía grande cual coloso no temblaba
 ni retrocedía, ni se agitaba ni se escondía.


Tras su semblante observador se escondía un pasado, uno
 muy grotesco y cruel. El más oscuro de los males había
azotado su vida por muchos años y esta era, entre muchas otras,
 la razón por la que este pequeño gran hombre decidió empezar
 su búsqueda de verdad en la mentira que era su vida.


Cortos fueron los placeres y grandes las adversidades, pero el peregrino
 nunca renegó de su fe, pues había otros que en su vida habían quedado
como buenos compañeros, y que nuestro héroe tenía por familia. Esta
gente fue la que dio vida al alma vacía del viajero sin nombre, animándolo
a seguir sin preocuparse o temer al futuro que ante él se alzaba, como un viejo
arce milenario: contemplativo, exuberante, imponente y abrumador.

Aquel gran árbol que era su futuro se le presentaba al peregrino como un
misterio con ansias de ser resuelto, por lo cual, tanto nuestro héroe como sus
fieles seguidores dedicaron su efímera existencia a desvelar ese secreto, el misterio del
gran árbol rojo, ¿cómo será nuestro futuro? ¿ qué nos espera al final del camino? y, sobre todo...

...¿A qué sabe ese Arce milenario?

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