miércoles, 20 de febrero de 2019

Drácula de Bram Stoker (1897)


Drácula de Bram Stoker (1897) por Silvia Carballo Hernández (Universidad de La Laguna)


Drácula de Bram Stoker es un libro que no ha dejado de publicarse desde su aparición en 1897 y se ha convertido en un clásico indispensable. La novela no hizo rico a su autor, pero desde su publicación nunca ha dejado de editarse, especialmente en su lengua original. La traducción a otros idiomas y popularidad a escala mundial vino después, como su éxito en las pantallas, en el caso de España no se tradujo hasta 1935.  

La novela se presenta de forma epistolar y con cierta familiaridad con el esoterismo, ya que funde lo gótico, con la emoción y la aventura. Presenta varios temas como el papel de la mujer en la época victoriana, la sexualidad, los viajes, el colonialismo o el folclore. Se da una fuerza que tiende gradualmente a pasar de lo real a lo sobrenatural, logrando que el misterio y el horror se mezclen con el drama costumbrista victoriano. Bram Stoker no inventó la leyenda vampírica pero la influencia de la novela ha llegado al cine, teatro y televisión.  

La aventura comienza con Jonathan Harker camino a Transilvania para hacer un trabajo como abogado a un conde, su objetivo es tramitar la venta de algunas propiedades en Londres. Durante este viaje se narra el ambiente del país y cuenta las continuas advertencias de las personas de su entorno para que no continue el viaje, estas advertencias son ignoradas por Jonathan. El protagonista no es consciente de que desatará situaciones llenas de tragedia, desconcierto y un terror inigualable, todo esto de la mano de uno de los mejores antagonistas de la literatura, Drácula. 

Estos fragmentos reflejan el ambiente sombrío que se da en la obra, sobre todo a través de la presencia del personaje y su representación que a evolucionado a lo largo de la historia hasta llegar a B. Stoker de la siguiente forma:  

«Su rostro era marcadamente aguileño, de nariz delgada con el puente muy alto y las aletas arqueadas de una forma peculiar; la frente era alta y abombada y los cabellos, escasos en las sienes, eran abundantes en el resto de la cabeza. Sus cejas, muy pobladas, casi se unían por encima de la nariz y eran tan espesas que parecían rizarse por su misma abundancia. La boca, a juzgar por lo que se podía ver bajo el grueso bigote, era firme y más bien cruel, y sus dientes, particularmente blancos y afilados, sobresalían de los labios, cuya rubicundez denotaba una vitalidad asombrosa para un hombre de su edad. Por lo demás, sus orejas eran pálidas y extremadamente puntiagudas; el mentón era ancho y fuerte, y las mejillas firmes, aunque hundidas. La impresión general que daba era de una palidez extraordinaria». (A. STOKER, 1897)

«Colgué de la ventana el espejo de mano y me dispuse a afeitarme. De pronto sentí una mano sobre mi hombro, y oí la voz del conde que me decía: «Buenos días.» Me sobresalté, sorprendido por no haberle visto entrar, ya que el espejo reflejaba toda la habitación a mis espaldas. [...] ¡Mas no se reflejaba en el espejo! Podía ver toda la habitación que tenía detrás. Mas no había ni rastro de ningún ser humano, a excepción de mí». (A. STOKER, 1897).

Stoker, B.. (1993). Drácula. Madrid: Cátedra

No hay comentarios:

Publicar un comentario